La culpa es una emoción, que normalmente nos mantiene presos en el pasado, y la sentimos cuando rompemos o creemos haber roto ciertas normas o significados tanto personales como sociales, de carácter ético, natural, religioso, sexual, existencial.
En ese sentido podemos encontrarnos ante una culpa causa-efecto, porque hicimos algo que pensamos que no debíamos haber hecho, o a la inversa, no hicimos algo que creíamos debíamos haber hecho y ahora nos sentimos mal.
En ambos casos puede ser algo real o imaginario y conducirnos a la mezcla de emociones y sentimientos que se retroalimentan entre sí, como tristeza, vergüenza, autocompasión y remordimiento; los cuales al estar juntos pueden crear un proceso de enquistamiento, dificultando la superación de la culpa y generando enfermedad física, emocional y espiritual.
Sin embargo es posible vencer la culpa, cuando la experiencia vivida nos conduce al auto aprendizaje y evitación de lo que nos llevó a esa situación anteriormente. Estos dos aspectos deben ir acompañados del tercer aspecto que es el arrepentimiento (pesar que una persona siente por algo que ha hecho, dicho o dejado de hacer), como el vivido por el apóstol Pedro cuando lloró amargamente, luego de negar a Jesús por tercera vez (Lc 22, 61-62)
Estos tres elementos son fundamentales, pues nos conducen a reflexionar sobre nuestras acciones, sus aprendizajes y el perdón a nosotros mismos. Por ejemplo: si lastimar a alguien nos produce sentimiento de culpa y nos arrepentimos por lo que hemos hecho, dicho sentimiento a su vez nos enseñará a no desear lastimar nuevamente a nadie. Así encontraremos los factores positivos y adaptativos, para emprender acciones de reparación hacia el otro, pero también hacia nosotros mismos, lo que nos conlleva a nuestra paz interior, logrando así ser más sabios y mejores personas.
Msc. Déborath Camacho
Escribe a pastoral.paces@gmail.com
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