La capacidad de resiliencia nos permite tener mayores y mejores herramientas para enfrentar situaciones difíciles, que invaden de manera abrupta nuestra cotidianidad y funcionamiento habitual, produciendo dolor y sufrimiento.
El sufrimiento es un hecho percibido como una amenaza, en el que la persona valora que no tiene suficientes recursos para hacerle frente. Sin embargo, para muchos ha sido un instrumento de conversión, que es aludido por el papa Juan Pablo II en su Encíclica sobre el sufrimiento humano, donde afirma: “A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial”
Mientras que la espiritualidad es una dimensión integrante de la vida humana, que no adviene ni accidental ni ocasionalmente, sino que constituye un componente propio del ser, que marca una experiencia personal de fe (encuentro entre el alma y Dios). Es una vía de perfeccionamiento para el ser humano que lo hace más humano en cada una de sus dimensiones, fortaleciendo su vida, sus experiencias y su resiliencia.
La madurez espiritual, como acción del Espíritu Santo es necesaria para fortalecer a cada persona, en su proceso de Resiliencia, como canta el salmo 37,23-24
“El Señor hace firmes los pasos. de quien se deleita en él; aunque tropiece, no caerá, porque el Señor lo sostiene con su mano”
Msc. Deborath Camacho, Equipo PACES.
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